«Del Guadalquivir al Misisipi» de Luis Miguel Muñoz

Entre dos aguas: el Guadalquivir y el Misisipi, el jazz y el flamenco, la fusión y la confusión, la memoria y el olvido, el amor y los celos, Dios y el diablo, la realidad y los sueños, la muerte y la vida, la literatura y la música, todo dentro de una novela negra donde Max, trompetista en la Nueva Orleans de los años 60, nos dice, al comienzo de la novela: “Aún hoy, treinta años después, no podría decir si asesiné a Blanche, la mujer coja” y en la que, el Niño Calamar ―negro, hijo de madre roteña y padre (desconocido) americano de la base de Rota, cantaor, al que le viene su apodo porque parece que un calamar le ha escupido en la cara―, protagonista de la segunda y de la tercera y última parte de la novela, años después, reconstruye su historia y la de Max en un sanatorio mental, situado en el lago Pontchartrain, poco antes de morir, ayudado por un extraño personaje.
Del Guadalquivir al Misisipi nos lleva a la desembocadura de estos ríos: a las marismas del Guadalquivir y al coto de Doñana, al delta del Misisipi y sus bayous, pero también al humo de los viejos clubs de jazz del Barrio Francés de Nueva Orleans y a las tabernas flamencas de la provincia de Cádiz, donde se desarrolla la trama.
Podemos encontrar en la página final una play list que recoge los temas musicales que acompañaron al escritor mientras escribía la historia.

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